PRO LOCO
ALTESSANO - VENARIA REALE APS

La “Galopada” Real

Viale Roma, calle antigua que une Venaria a Altessano, fue dedicada en 1931 a la capital. Desde 1887 es conocida como Strada della Tranvia Altessano-Torino (carretera del Tranvía Altessano -Turín) y solo alrededor de 1925 cambiará su nombre en Viale della Stazione (avenida de la Estación). En el Mapa de Caza de 1760, estaba indicada como Strada di Torino (Carretera de Turín).

Venaria Reale y Altessano, aunque vinculados por una vía importante, han permanecido durante mucho tiempo separados y sometidos a administraciones distintas, aunque distan no más de media milla el uno del otro. Altessano, antes llamado Altessano Inferior y Venaria Reale, originalmente Altessano Superior, vivieron acontecimientos históricos diferentes que decretaron una clara distinción, aún perceptible, en la identidad social y cultural de los dos núcleos urbanos.

El eje viario es una especie de terreno neutro donde las pasiones y los contrastes entre los venariesi y los altessanesi se debilitan, casi se anulan. Un puente que une una aldea de orígenes antiguos, descubierto por los Saboya y elevado a territorio de caza y un pueblo antiquísimo situado en la carretera que desde Augusta Taurinorum (Turín) lleva a Eporedia (Ivrea). Dos realidades diferentes, no enemigas, pero que siempre se han mantenido a distancia.

La carretera es también conocida como Stra dla Galopada” (camino del galope) porque en el siglo XVIII, los carros reales que iban de la corte de Turín a Venaria, llegados a Altessano partían al gran galope y se desafiaban a “ver quien llegaba antes”, creando grandes preocupaciones entre los habitantes de la zona.

Fuente: Cappelletto C. e Maschio E., Le strade di Venaria Reale percorse nel tempo. Toponomastica storica urbana, Pro Loco Altessano – Venaria Reale, 2021, pag. 89.

Ballone e Racca, All’ombra dei Savoia. Storia di Venaria Reale, Allemandi ed., Torino, 1998, pag. 205.

La avenida

Delante de la casa en la que nací y donde volví a vivir después de 40 años, siempre hubo una avenida de castaños. Plantas robustas y con una copa de ramas densas y bien hechas. La llamábamos Leja y su historia tenía más de cien años.

Cuando era niño, en primavera, en el mes de mayo, de las hojas caían los escarabajos. De camino a la escuela, recogía dos o tres, los escondía en mi bolsillo y los hacía volar durante la clase, con gran susto de mis compañeras y desesperación de la maestra. Ese día entraba también a formar parte del grupo de las díscolos de la clase.

Cuando me hice más grande, subiendo encima de las manos cruzadas de mis amigos trepaba a esos árboles y buscaba nidos de jilgueros.

Las primeras citas, los primeros latidos de corazón por alguna chica que empezaba a interesar, ocurrieron a la sombra de estos árboles, que por la noche también eran el lugar favorito de los amantes.

También había bancos de piedra, donde en verano la gente se sentaba por la tarde para charlar y tomar un poco de aire fresco.

Temprano por la mañana, antes de que saliera el sol, un concierto de voces de todo tipo de aves, me daba la elevación y las buenas días más armoniosas y naturales del mundo.

Con este cuadro siempre delante de los ojos, mientras los años pasaban y también por mí.

Pero un día, los responsables del ayuntamiento decidieron que estos árboles debían ser derribados todos, para dejar paso a otros: aquellos, decían, ya eran viejos y estaban enfermos.

Aunque durante muchos años nunca habían replantado otros en lugar de los enfermos o podado adecuadamente los sanos.

Por desgracia era la verdad. Después de un tiempo, con máquinas y medios modernos, comenzaron a picar las ramas, cortar los tallos y arrancar los tocones. En una semana limpiaron todos los árboles.

La “Avenida del galope”, que en la época de los Reyes veía pasar los carrozas con los caballos que corrían rápido para entrar en Venaria e ir al castillo, había desaparecido.

El vacío que quedó me dolió: como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Mis ojos seguían buscando lo que ya no podían encontrar.

Tal vez fue porque ya tenía cierta edad, pero de repente me sentí viejo, decepcionado, cansado y airado.

Pero este año, al principio de la primavera, cuando ya empezaba a desesperar y no creía que iban a continuar las obras, llegó un equipo de obreros con experiencia y volvieron a poner otras plantas, siempre de castaños, pero de una calidad diferente, traídas desde Toscana.

Era extraño verlos y darse cuenta de cuánto eran pequeñas, débiles, sostenidas por postes de madera, comparado con las viejas, grandes y robustas.

Pero una mañana que me había levantado temprano, crucé la calle para ir a verlas de cerca y vi que las yemas ya habían producido las primeras hojas.

Fue una agradable sorpresa, que me convenció de nunca desesperar, a confiar en la naturaleza e incluso en los hombres, cuando trabajan con pasión y buena voluntad.

Felice Bertolone, memoria histórica de Altessano, 2000

Fuente: Bertolone F., Autsan mè pais, Stampato in proprio, 2021